Foto: Alex Lanz

La gran mayoría de padres y madres no tienen la consciencia ni la oportunidad de prepararse para saber cómo tratar a sus hijos y lograr que éstos desarrollen sus potencialidades intelectuales, una personalidad equilibrada y relaciones sociales positivas. La forma en que piensa, siente y actúa una persona adulta depende en mucho de la manera en que se haya relacionado con sus padres durante la infancia y la adolescencia. Si cambiamos la manera de tratar a los niños de hoy estaremos construyendo mejores adultos del futuro, un país mejor, una humanidad nueva. A continuación presentamos algunos principios fundamentales para lograr una positiva relación entre padres e hijos que pueden servir como una orientación básica.

1. Diálogo sí, Imposición no

Muchos adultos piensan que sus hijos deben obedecerlos por principio de  autoridad aunque no comprendan el por qué se les dan determinadas indicaciones. Si no obedecen se les castiga, incluso con golpes y otras torturas. Estos padres no consideran importante atender y comprender los puntos de vista de sus hijos, piensan que no tienen capacidad. Algunos efectos de esto son: resentimiento contra los padres, temor, inseguridad y nerviosismo, rebeldía, irracionalidad, apatía, timidez, mentiras frecuentes.

En lugar de esa actitud impositiva es conveniente intentar que los hijos comprendan las razones que existen para hacer algo o dejar de hacerlo. Establecer el diálogo con ellos significa fundamentalmente escuchar con atención sus puntos de vista y tomarlos en cuenta para llegar a una conclusión aceptable. Un niño que es educado a través del diálogo desarrolla confianza en sí mismo y en los demás, aprende a razonar y a ser responsable.

2. Juego y convivencia padres-hiijos

La mayoría de los padres no juega o juega muy poco con sus hijos. Se considera que los adultos no deben intervenir en juegos infantiles o se sienten impropios. En realidad, la interacción entre los padres y los hijos a través del juego es una de las formas de acercamiento afectivo más importantes. El juego entre padres e hijos favorece la confianza, la comprensión y el afecto mutuo, lo cual facilita la convivencia y el apoyo en otras esferas de la vida.

3. Intimidad por diadas

Un niño como un adulto tendrá más motivación e interés en diferentes aspectos de la vida en la medida en que sienta confianza para compartir sus sentimientos, experiencias e ideas con personas cercanas. Puede lograrse mayor profundidad en la comprensión y la confianza a través de la charla y la convivencia entre solamente dos personas. Por ello, además de las convivencias y charlas familiares donde participan varios integrantes de la familia, es importante que los padres procuren los espacios de convivencia diádica, es decir, entre 2 personas; lo que involucra tanto el espacio para la relación de pareja, como momentos en que la interacción es exclusiva y cercana de cada padre con cada uno de los hijos, así como entre hermanos. Esto promoverá una mayor cohesión y un ambiente más armonioso en toda la familia.

4. ¿Premios? casi no… más bien “aprecio  espontáneo”

No es conveniente ofrecer continuamente premios a los hijos a cambio de que  ayuden en alguna actividad o logren una calificación en la escuela. Es mucho más conveniente dar caricias, palabras positivas, detalles y regalos de una manera “espontánea”, pero cercana en el tiempo a las acciones positivas de los menores. Eso sí, es conveniente que los padres estén atentos y valoren expresamente cada pequeño avance positivo de sus hijos, en lugar de atender principalmente a sus acciones negativas, como generalmente se acostumbra. Ante las acciones negativas es necesario aplicar la mayéutica como se explica más adelante.

5. Evitar el castigo, respeto mutuo

Se ha demostrado que el castigo, sea físico o verbal, únicamente produce consecuencias negativas y realmente no es efectivo para lograr algún cambio positivo. Es fundamental pedir y capacitar a los padres para que eviten pegar o regañar a sus hijos, pues estarán logrando lo opuesto de lo que pretenden. Si castigan a sus hijos, ellos les perderán confianza, sentirán rencor, se volverán rebeldes o tímidos, inseguros, mentirosos, etc.

Experimentos han demostrado que el efecto del castigo leve o moderado suele ser transitorio y luego es contraproducente. Cuando el castigo es muy severo puede hacer que una conducta desaparezca pero deja una huella traumática en los niños que será difícil restaurar con psicoterapia. No obstante, es importante saber que el efecto traumatizante de los castigos disminuye cuando es mayor la proporción de afecto y reconocimiento positivo que se brinda a los niños.

6. Manejo de límites entre padres e hijos

Es muy importante que los padres sean respetuosos de la integridad de sus hijos, al mismo tiempo que exigen que ellos les respeten. Los padres deben mostrar claramente su molestia y desacuerdo con las faltas al respeto y con el no cumplimiento de acuerdos por parte de los hijos. Orientarlos, definir límites claros y mostrar el  desacuerdo sin castigarlos. Si un niño no colabora razonablemente, o no cumple los acuerdos que ha aceptado,  es derecho de los padres disminuir de manera proporcional la colaboración hacia el niño. Así los niños aprenden los límites de los padres, aprenden ellos a manejar límites hacia sus padres y hacia otras personas. Entienden que es valiosa la colaboración mutua y participan con gusto.

7. Decir “sí”, cuando no hay razones para decir “no”

Debido a la dinámica común, los padres muchas veces están predispuestos a negar la aprobación de las peticiones que les hacen sus hijos. Sólo cuando éstos insisten mucho o hacen berrinche, los padres ceden de mala gana, pero favoreciendo que los menores aprendan a molestarlos como una manera de lograr lo que quieren. En lugar de esto, es conveniente estar predispuestos a decir que sí a las peticiones de los hijos, salvo que haya razones claras y suficientes para decir que no, y en este caso es importante mantenerse firmes y no ceder por la simple presión de los menores.Mantener la firmeza es distinto a dejar de atender y comprender los argumentos razonables que puedan tener los hijos.

8. Evitar la sobreprotección y delegar responsabilidades

La sobreprotección es una de las formas de destrucción de la autoestima y la seguridad más efectivas. Los padres sobreprotectores son ansiosos y se adelantan a tomar la iniciativa para resolver situaciones de los hijos, sin dar el tiempo razonable para que ellos se ocupen de lo que les corresponde: cuando se caen sin gran daño no permiten que intenten levantarse por sí mismos, están demasiado preocupados porque coman, están al pendiente de que hagan la tarea para la escuela y de que se levanten temprano, insistiendo en avisarles reiteradamente de cada cosa. Es lo que un filósofo alemán llamó “robo de responsabilidad”. Esos padres no delegan en sus  hijos responsabilidades en la medida que crecen, provocando que los niños no desarrollen habilidades y capacidades para manejar por sí mismo las situaciones. Paradójicamente, al ver cómo se vuelven irresponsables e inútiles, esos mismos padres les regañan y reclaman airadamente y con desesperación su falta de voluntad, de compromiso y de desarrollo, con lo cual destruyen aún más su autovaloración. Después de grandes discursos de reclamo, esos padres otra vez vuelven a la sobreprotección, haciendo un círculo vicioso muy dañino.

Para el fortalecimiento de la autoestima y la consolidación del sentido de sí mismo y del mundo, es fundamental el sentido de responsabilidad y percibirse como alguien útil y capaz de hacer. De allí la importancia de encargar a los hijos determinadas responsabilidades conforme van creciendo. Desde los 2 años de edad pueden empezar a cooperar en actividades sencillas siguiendo indicaciones; a partir de los 4 años de edad pueden asumir pequeñas responsabilidades sin tener la indicación en el momento y a partir de los 7 años pueden encargarse de su autocuidado y de cooperar con los padres teniendo responsabilidades generales. Un niño, como un adulto, se siente relevante y satisfecho en la medida en que su aportación es valiosa en la familia, entre sus amigos, en la escuela y en actividades laborales. Los niños, como los adultos, deben trabajar moderadamente, en la medida de sus capacidades, y disfrutar de los beneficios de su trabajo con la cooperación de los demás, sin que nadie abuse o los explote.

9. La mayéutica para el manejo de desacuerdos o acciones “negativas”

Comúnmente los adultos hacen un monólogo frente a los hijos para explicarles lo que deben o no deben hacer. Sócrates utilizaba la mayéutica para hacer razonar a su interlocutor mediante preguntas sistemáticas. Esta técnica es muy útil en la educación en general, y especialmente con los hijos.

Cuando un padre estés en desacuerdo o tenga un conflicto en relación con su hijo, en lugar de castigarlo, reprimirlo, regañarlo o mostrarse indiferente, puede aplicar la mayéutica a través de cuatro preguntas guía para lograr una solución exitosa. Las preguntas deben ser expresadas de manera cordial y amigable, no en forma de chantaje o con enojo.

a) ¿Qué ocurre o qué ocurrió?

Es necesario escuchar con calma la versión del niño o adolescente, apoyarlo para que exprese completo su punto de vista, aunque no se esté de acuerdo con él. Los padres pueden usar varias preguntas para entender con claridad y precisión lo que el niño expresa.

b) ¿Qué opinas de lo que hiciste o estás haciendo? (Valoración).

Es indispensable que el menor reconozca sin presiones que su actuación NO ha sido la mejor posible. A través de preguntas sucesivas  se puede lograr que razone y vea algunas consecuencias negativas o absurdos derivados de lo que ha hecho. Dos preguntas clave son: ¿Recomendarías que lo que tu hiciste o has estado haciendo lo hicieran todas las personas en situaciones similares? ¿Qué sucedería si todos actuaran de esa manera?

c) ¿Qué propones o qué podrías hacer? (Alternativas).

Aún niños pequeños, de 2 o 3 años, son capaces de proponer opciones razonables para hacer frente a las situaciones que han causado conflicto. Un secreto psicológico fundamental es que un niño, como un adulto, se compromete mucho más con lo que él mismo dice y no tanto con lo que otra persona le indica. Sus propuestas pueden ser complementadas o retocadas por el adulto para hacerlas más efectivas.

d) ¿Podrás lograrlo?… ¿seguro? (Desafío y mentalización).

Este tipo de pregunta provoca que el niño reitere una o dos veces su convicción de cumplir con lo que ha propuesto, lo cual aumenta la probabilidad de que así lo haga. Es lo que llamamos mentalización: la creación de un circuito mental para que ante la ocurrencia de una situación determinada la propuesta generada aparezca de inmediato como forma de reaccionar, logrando su efectividad.

10. Cuento o guiñol mayéutico

El cuento o guiñol mayéutico es muy importante usarlo con niños entre 1 y 3 años de edad, pero podría ser útil aún con niños mayores, e incluso con adolescentes y adultos.

El padre o la madre dice al niño o a un grupo de niños que les va a contar un cuento o que lo va a presentar en teatro guiñol. Genera una trama con varios personajes y situaciones como las que están siendo un problema: niños que no quieren comer, o que rechazan ser inyectados ante una enfermedad, etc. Los personajes tienen nombres chistosos, llamativos e ilustrativos de su actitud. Cada personaje representa una posible actitud o manera de actuar ante la situación. El cuento transcurre narrando la acción de cada personaje y las consecuencias lógicas o naturales de su manera de actuar (evitando manipular la lógica). Alguno de los personajes tiene resultados muy negativos con su manera de actuar, otro tiene resultados regulares, otro tiene resultados buenos y otro más puede tener resultados excelentes. Los personajes que lograron resultados menos buenos aprenden del ejemplo del que tuvo mejores resultados y al final todos logran éxito.

Para ser efectivo el cuento debe, además, tener los siguientes ingredientes: fantasía, misterio, cambios emocionales, sorpresa y magia. Además de que la narración debe ser muy descriptiva y amena para mantener la atención de los niños.